Derechos Civiles

Salí de mi clase de nueve a doce casi corriendo al computador para publicar una nueva entrada en este blog. El texto estaba prácticamente listo porque antes de dormir leí un mensaje de Daniela en Facebook pidiendo una nueva publicación. Pocas cosas me motivan más que los comentarios de mis amigos, así que hoy a las seis de la madrugada desempolvé una nota de mi blog (de notas) en el que hablo de la “casa” como momentos y compañías. La intensión era publicarla antes de que mi amiga se fuera a dormir el 19 de noviembre. En términos horarios Beijing está trece horas delante de Bogotá, así que la idea de llegar a mi cuarto el 20 de noviembre al mediodía, ajustar el último párrafo y publicar el post para que Daniela lo leyera como cuento de buenas noches parecía sensato.

Entre el final de la clase y el inicio de la caminata hacia mi dormitorio me encontré con Eileen, mi dulce compañera de cuarto. Hablamos del almuerzo y lo correcto pareció ir a comer un Jianbing. El post tuvo que esperar por dos motivos más grandes que mi voluntad de satisfacer la sed de lectura de Daniela. La primera, los estudiantes chinos usualmente almuerzan a las once y treinta o a las doce. Como vivo en una universidad local y amo la cafetería del campus mi estómago se acostumbró al nuevo horario. A las doce quince, por supuesto, andaba muerta de hambre. El segundo motivo, el almuerzo sería Jianbing: un bocadillo callejero tipo sándwich que se cocina como un crep, siempre relleno con una lámina crocante en la mitad, semillas de sésamo, una especie de cilantro, un poco de cebolla, un huevo que se cocina con la mezcla del crep —así que no se siente— y una salsa café que sabe a todos los dioses chinos (los milenarios y los contemporáneos).

De vuelta mi cuarto había charlado tanto con Eileen sobre la sociedad china y nuestra más reciente lectura para clase que se volvió inevitable escribir sobre el tema. Lo que más o menos mis amigos y conocidos piensan sobre este país es que masivo a pesar que solo se permite tener un hijo por matrimonio. Que es comunista y autoritario. Que tiene un crecimiento económico asombroso —China es segundo en la economía mundial— y, en especial, que es el productor de un sin número de objetos MADE IN CHINA que tiene inundada nuestra vida cotidiana. Como es de esperarse el país es mucho más complicado que eso, e incluso las afirmaciones anteriores incluyen elementos que las contrarrestan. China tiene una dinámica complejísima que apenas comienzo a entender. Sin embargo, este país del «lejano oriente» tiene tres elementos que reconozco muy bien porque crecí con ellos en Colombia: un gobierno corrupto, una sociedad con profundas desigualdades sociales y gente molesta por las injusticias de cada día.

El Partido Comunista de China es una entidad supremamente burocrática, que se entiende como sinónimo de gobierno. También puedo escribir que el gobierno chino, y sus instituciones, son lo mismo que decir Partido Comunista de China; como resulte mejor entender. Para ser servidor público es mandatorio tener una credencial del Partido. Cuando un individuo entra a la organización se apega a una dinámica de trabajo y una lógica de pensamiento en la que su individualidad se anula; los funcionarios públicos son impecables en repetir los lineamientos gubernamentales. A pesar de lo que se piensa en China hay ocho partidos políticos no comunistas. Sin embargo su poder es limitado y las probabilidades de que desplacen al gran Partico son tan pocas que el gobierno central deja que existan. En caso que la cosa se pusiera fea, el ejército chino estaría presto a actuar, pues la milicia acá no es un ejército nacional, sino más bien un ala armada del Partido Comunista.

Dentro de esa organización hasta el más pequeño de los cambios implica la emisión de una póliza. Casi siempre esta se hace posible gracias a una serie de trámites que pervierten el conducto regular. Russell Moses, uno de mis profesores favoritos, nos contó que la emisión de una orden para construir un edificio puede durar tres veces más que la propia construcción. En efecto, conseguir el papel implica contactar al político local encargado, invitarlo a cenar, darle un par de regalos y, finalmente, conseguir el permiso de construcción. Mi mamá diría: «a punta de politiquería». Para subrayar la dinámica déjenme contarles que no es poco común encontrar en Beijing edificios con placas que dedican el primer piso al (san) Secretario que hizo legal la construcción. No sólo adquirir los permisos toma más tiempo que construir por la antesala política que implica el inicio de una obra, sino también porque el ritmo de trabajo en China es aterrador. Cuando llegué a mi dormitorio en agosto encontré la sorpresa que se estaba construyendo un nuevo edificio enfrente de mi ventana, entonces estaba en los cimientos. Hoy, al final de noviembre, la obra ya supera el cuarto piso en el que vive mi amiga Laura. Los obreros viven en la construcción y los turnos abarcan el día y la noche.

Esos chinitos que perturban mi descanso ahora me ayudan a hablar del otro rasgo que conozco bien desde chiquita; la desigualdad social. Las principales ciudades de China reciben diariamente un sinnúmero de personas que llegan persiguiendo los pasos de la prosperidad. En Beijing, Shanghai o Nanjing se gana tres veces más que en el campo o en las pequeñas ciudades. Seguramente el trabajador que duerme en uno de los camarotes de la construcción recibe más en Beijing que en la villa remota de la que probablemente proviene. El asunto es que los pobres en China son realmente pobres. Hace un par de semanas visité a una cuasi amiga de mi mamá que vino a visitar a la hija y me contó aterrada que en el sótano de su edificio duermen los celadores y las señoras de la limpieza del conjunto residencial. Contó que ellos trabajan mayoritariamente por comida y un lugar en dónde dormir. Nada poco común. En el edificio en el que vivo también he visto cuartos equipados con camarotes metálicos en los que pasan la noche las señoritas de la limpieza. Yo crecí en una ciudad en la que para salir de vacaciones había que pasar por la periferia bogotana invadida de cambuches. Mi abuelita también me dijo «cómase todo que hay gente que no tiene que comer», seguro solo faltaba ir a la ventana para corroborar la afirmación. La desigualdad en China tiene características que reconozco bien. A diferencia de Inglaterra —el otro país en el que he tenido la fortuna de vivir— la sociedad china forma una pirámide en la que los ricos son pocos (aunque cada vez más) y los pobres son muchos, muchísimos. Los campesinos ingleses, en contraste, se llamaban granjeros. Aunque se consideraran pobres los que vi tenían casa, carro, ropa y comida. En China, y en menor medida en Colombia, la diferencia de ingresos entre los que se consideran pobres y los políticos o los empresarios que se consideran ricos es sencillamente inmensa.

Como es de esperarse, el gobierno burocrático en el que las instituciones funcionan para preservar la soberanía de un único partido político en conjunto con los Audi en Beijing parqueados al lado de las carretas de trabajo —como ejemplo de las expresiones diarias de desigualdad— han delineado una sociedad de gente molesta. La inconformidad se nota en las pequeñeces de cada día. En los gestos de mis amigos cuando dicen «That’s how it works» o en la actitud de la gente que sencillamente prefiere vivir ignorando las injusticias; así se evade la frustración.

Por supuesto en China los patrones que también existen en Colombia tienen características locales, ¡es China! Cuando volví a mi cuarto el día que comencé a escribir este post vi dos eventos cheverísimos tomando lugar en Bogotá. Cuando los vi pensé en los grupos de personas organizándolos. Uno de ellos fue El Plantario, «un laboratorio de formación en emprendimiento musical» dirigido a las personas involucradas en formalizar una escena local, organizado por la Fundación REMA y por Radio Pachone con la colaboración de IDARTES. El segundo, una exposición y venta de dibujos de Jose Rosero en Casatinta, el lugar en el que ha trabajado con un equipo bellísimo alrededor del dibujo y la ilustración. Mientras comía Jianbing con Eileen charlamos sobre cómo en China la prosperidad económica ha traído de la mano la necesidad de formar un ambiente más democrático. Sin embargo, el cambio es espinoso porque, para comenzar, el gobierno no permite establecer organizaciones nacionales —son peligrosas—, así que cualquier esfuerzo debe ser relativamente pequeño. Sobra decir que la prioridad de El partido en es el desarrollo económico, así que los pequeños emprendedores difícilmente toman el riesgo de formar empresa alrededor del arte, la cultura, la educación y mucho menos sobre modelos alternativos.

Reconozco alegremente que como Casatinta, Fundación REMA y Radio Pachone hay una serie de personas en Bogotá formando organizaciones que, aun como un efecto secundario, están cambiando las dinámicas sociales. Hace un par de semanas hablaba con Laura sobre el hecho que no queremos vivir en Colombia con las cosas como están. Estamos frustradas como la mayoría de los chinos. No confiamos en los que están en las cabezas del poder porque nos han hecho daño y a nuestro país. La respuesta que encuentro a esa inconformidad está en los grupos civiles que se empoderan para abrir espacios a nuevas dinámicas. En Colombia y en China hay politiquería, desigualdad e inconformidad, pero digo alegremente que veo una ola de personajes que mientras trabajan en campos específicos están cambiando la cultura en general. Parece ser momento de dejar la frustración, aceptar lo que somos y celebrar las mejoras que nacen en la sociedad civil, ya que al menos en Colombia sí tenemos el derecho (al menos en papel) de ser ciudadanos, asociarnos y promover cambio.

Cariños,

Laura
Beijing,  28 de noviembre de 2013

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El señor que barre el Gran teatro de Shangai